Mucho nos centramos en cualidades innatas, o en hábitos y conocimientos adquiridos cuando lo que verdaderamente nos define es lo que de verdad queremos, valoramos, soñamos.
Realmente lo más valioso que tenemos se centra en una realidad que descubrir, unas personas a las que amar y un sueño que perseguir. Nuestra capacidad de liderar relaciones depende fundamentalmente de la calidad de lo que soñamos. Sabernos vocacionados es la base del liderazgo porque nadie da lo que no tiene y liderar consiste en enamorar de un sueño.
Los griegos llamaban sensatez a nuestra sana relación con la realidad. Parece que solo la podemos transformar desde el respeto de conocerla primero y comprometernos después con ella. La primera coherencia es con la realidad. No se deja manipular. Nos pide primero admiración. Sólo desde este primer compromiso puedo integrar mis sueños en mi vida.
Las personas parecen pedir algo parecido: El respeto de conocerlas y admirarlas por lo que son y no por lo que me gustaría que fueran. Liderar implica tomar la iniciativa, asumir el riesgo, dar el primer paso. Como nos recuerda Hemingway “la mejor manera de saber si puedo confiar en alguien es confiando”.
En definitiva, toda persona, de una u otra forma, me exige compromiso y, por tanto, lealtad. Sin ellos no hay confianza, se constituye en relación fallida, aparente, de usar y tirar.
Algunos podrían pensar que aquí está la piedra angular de nuestra construcción personal. Casi todos pensamos que sin ello es imposible hablar de persona madura, acabada, cabal.
Si reflexionamos más descubrimos que una parte importante de nuestras crisis personales se han debido a conflicto de lealtades. Que la lealtad debida a mis padres ha chocado muchas veces con la que debía a mi pareja. Esta ha entrado en conflicto con la debida a mis jefes o, incluso a mis hijos. La lealtad a mis jefes ha entrado en ocasiones en conflicto con el compromiso con mi equipo o con mi cliente.
¿Puede ser la piedra angular de mi personalidad algo en contradicción interna, una fuente de conflicto personal? Ya nos recuerda Teilhard de Chardin que “todo lo que sube, converge”, es unitario, da paz. Lo más alto de nuestro edificio no puede estar en conflicto interno.
Por otra parte, ¿Cuántas barbaridades han sufrido las organizaciones humanas basadas sólo en lealtades personales? ¿Cuán inmaduros resultan los que quieren basar su liderazgo en la lealtad de los demás hacia ellos?
Es necesario un compromiso que englobe, ordene y de sentido a los demás compromisos, incluido el compromiso con la realidad y su transformación. Viktor Frankl nos descubrió la ruina personal que puede arrastrar la falta de un sentido de vida, de una meta vital, de lo que los clásicos llamaban vocación.
La vocación es ese lugar donde la intimidad del ser humano busca armonía, paz. Es el motor y lo más íntimo de mi intimidad. Es saberse con misión, con un bien que depende de mí y que sin mí quedará sin hacer.
Suele hallarse en ese lugar en que coinciden mis dones, mi historia y el servicio a los demás. Mis cualidades, mis conocimientos y habilidades y mis amores. El trabajo es el amor hecho visible, nos recuerda un pensador.
El centro, el corazón, el motor de esa vocación es: misión que de sentido, transformación que lograr, meta que perseguir. Pero no meta cualquiera. Es meta que debe dar sentido a toda la construcción de mi personalidad durante todo el tiempo. Por ello, debe tener cuatro características para ser el epicentro de una personalidad construida, conquistada:
Realista, es decir sustentada en mis cualidades, conocimientos y habilidades. Esto es un sueño no una ensoñación. Es del género Ciencia ficción no del género fantasía.
Debe ser inabarcable. Si se puede lograr, mi vida dejaría de tener sentido desde ese momento. Debe poder ser una referencia continua. Está en el campo de la excelencia, de la perfección.
Debe ser, por otro lado, consistente. No depende de los demás. No se compara con nadie. No se establece desde la base de ganar a otros. Me comparo con mi yo-ayer no con un tú. Los demás son colaboradores, no competidores, en mi misión.
Cuando en las empresas se puso de moda definir la propia misión, con frecuencia se cayó en este error. Ser líder en esto o aquello es meta volante de la carrera, nunca misión. Es medio para, no fin de mi actuación. Limita mi creatividad y mi riesgo ya que mi referencia no es la meta, es la competencia.
Debe ser, también, trascendente. Mi misión está en transformar la realidad exterior. Por tanto, es servicio, no autocomplacencia. Se valora por lo que sirve al otro, no por el poder y gloria que pueda reportar. Estos son necesarios como medio, pero no son el fin.
La vocación es la que da sentido a todo nuestro camino, como la cumbre da sentido al esfuerzo de ascender. En ocasiones se ve con claridad, en otras no la vemos, los problemas nos la tapan, pero no por eso ha dejado de estar ahí.
La personalidad fallida, en fin, renuncia a su sueño, y se conforma con la mediocridad de sobrevivir, conseguir metas volantes sin saber si está en el tour o la vuelta. Sin un compromiso vocacional no es posible construir relaciones lideradas porque no podemos separar lo nuclear de lo accidental, lo negociable de lo innegociable, lo delegable de lo indelegable. Quien no sabe de dónde viene y a donde va, no sabe dónde está. Y lo que es más grave, quien no está enamorado, no enamora; quien no está comprometido no compromete; quien no busca la coherencia no encuentra la confianza.